Esquina de Salas
Según el cronista Enrique Bernardo Núñez, esta esquina
debe su nombre a Don Gaspar de Salas, contemporáneo de Don Gregorio Portillo,
vecino de Caracas en la primera mitad del siglo XVIII.
Formó parte de la junta celebrada por el gobernador, Maestre de Campo Don
Luís de Castellano, cuando la rebelión del Capitán Don Juan
Francisco de León, Teniente de Justicia Mayor del Valle de Petaquire , contra
la creciente opresión que ejercía la Real Compañía de Guipuzcoana
sobre el comercio y la industria del País.
Don Gaspar estaba al Servicio de la Guipuzcoana y ostentaba el título de
Secretario ad-honorem de su Majestad.
Igualmente algunos recordarán que existía el Puesto de
Socorro de Salas. En 1945 Donde estaba la antigua Casa Municipal de Beneficencia
es transformada por Hospital Central de Emergencias, en la Esquina de Salas.
Asimismo el la biografía del Dr. José Moros Guedez pudimos encontrar la
siguiente nota: " Ya nadie lo sabe, pero entre la esquina Salas y la
esquina Mercedes quedaba el Puesto de Socorro de Salas. Allí, a dos cuadras del
Colegio La Salle, prestaban primeros auxilios y atendían mínimas emergencias.
Allí, frente a la placita de Las Mercedes, llegaban fracturas, abdómenes
agudos, desmayos repentinos. Y allí, en el banquito de sala de espera más duro
de su vida, durmió una noche entera el bachiller José Moros Guédez.
Porque aún no era doctor ni médico internista. Era,
apenas, estudiante de primer año de medicina. Bachiller, pues. Y los
bachilleres no tenían dónde dormir en el Puesto de Socorro de Salas. Los
bachilleres no tenían por qué quedarse hasta las tres de la mañana asistiendo a
una operación de fémur con injerto. Pero tales eran la curiosidad y las ganas
de aprender del joven estudiante de medicina que hubiera dormido en ese mismo
banquito hasta tres días sin importarle nada. Estaba ahí porque él y algunos
compañeros se habían metido de manera informal en el Puesto de Socorro para
acompañar al grupo médico a hacer sus guardias. Y una noche escuchó que el Dr.
Augusto Díaz iba a poner un injerto en la femoral de un paciente que había
llegado esa tarde con el fémur fracturado. "Eso me llamó tanto la
atención", dice ahora el Dr. Moros, "que lo tenía que ver. Entonces
me quedé de asomado y vi todo el procedimiento. Pero como nosotros no teníamos
ni cuarto ni ningún sitio para dormir y cuando terminó ya no tenía cómo ir a mi
casa o a la universidad, dormí en un banquito de madera y a la mañana siguiente
me fui directo a clases".
Ésas son las travesuras de adolescencia que recuerda
un hombre que ha dedicado su vida entera a la medicina. "Mi mujer",
ríe Moros, "siempre lo ha dicho: no tuve ningún tipo de infancia porque
todo el tiempo era trabajo y más trabajo. Es verdad... yo siempre he sido un
apasionado de la medicina. Y desde esa época de mis primeros años de
universitario no lo hacía por obligación sino porque me gustaba. Me encantaba,
más bien. Y siempre quería hacer mi trabajo lo mejor que podía".
Así lo cuenta el doctor de 73 años que tiene la
memoria intacta, perfecta. Le da vueltas a sus recuerdos, los exprime, los
invoca, y luego suelta la fecha precisa, el nombre y apellido, el lugar donde
estaba o el guión exacto de lo que ocurrió aquel día del 60 y pico. "Hoy , se encuentra el Ministerio de Educación.
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